Observar este diálogo aporta básicamente una cierta dosis de superstición, la bendita ignorancia que emana directamente de las cosas aún no pensadas, sino existentes a solas, en un espacio finito pero extensible, que como integrado en un paraje de nieves perpetuas, se multiplica en volutas de blancos perlados y delicados azules.
Las ollas semejan cabañas y los suaves pliegues un trineo expectante que asume el silencio en que los viajeros descansarán en las estancias vajillas.
El componente alimenticio es altamente nutricional, pero ante todo espiritual. Se prevé un acontecimiento, pero escasamente casero, de serenas reminiscencias tutelares, una quietud privilegiada de reducto no castigado.
El color se automatiza y se autogestiona hasta enseñorearse de los bordes de las cosas, acogiéndolas y envolviéndolas para dormirlas. Es el padre amoroso que atesora el filo del cuchillo hasta hacer ignota la tajada, ahora por fin, inadmisible.
Una conquista de mutismo henchido que desautoriza el ruido innecesario y eleva los volúmenes de ensueño.
Alicante, 3 de Enero de 2003
Blanca Torres García
Licenciada en Filosofía Hispánica por la UA